Wednesday, July 4, 2012

Mis - no tan humildes - reflexiones sobre la democracia mexicana.

Aceptémoslo. Está de moda hablar del reciente proceso electoral mexicano y, a decir verdad, sí tengo muchas ganas de contarles mis impresiones.

No es secreto que ninguno de los tres candidatos me pareció en ningún momento apto para gobernar este país. Sin embargo, he decidido no tocar ese tema en esta entrada, para abordar algo que me parece mucho más urgente e importante de discutir: el proceso electoral en general.

¿Hubo irregularidades en el proceso? No lo dudo ni por un segundo. ¿De qué tipo? Cualquiera imaginable: se compraron votos, se robaron urnas, se coaccionó a unos y otros, se amenazó, se sobornó, se manipuló, se engañó. Sí. Al igual que en todos los procesos electorales anteriores. Esto me hace preguntarme qué es realmente lo que está mal en este país y la respuesta, como siempre, es compleja.

En primer lugar, me parece deprimente e indignante que en México los partidos puedan comprar votos. Y ni siquiera les sale caro. Unas cuantas baratijas bastan para que las personas acudan a las urnas a derramar votos a favor del candidato en cuestión. Todos los partidos lo hacen, no busquemos culpables únicos. Al respecto, creo que es importante reflexionar sobre dos cosas:

1. Las condiciones de pobreza extrema y de ignorancia extrema en que está sumida la población permiten que esto no sólo sea posible, sino deseable. Las personas esperan las elecciones para ver qué sacan de ellas; no las entienden como un proceso al que tienen derecho y obligación de participar, en el que se autorrealizan al darle voz a sus decisiones políticas. No. En México, a las personas se nos educa para pensar que la política no nos compete, no nos importa y no tenemos derecho a opinar al respecto. Entonces, ¿por qué no sacarle provecho, por lo menos? La opinión general es que las cosas en el país no van a cambiar por quien quede en el poder (lo cual probable y tristemente sea cierto para la mayor parte de las personas en el país), así que votar por uno o el otro realmente da lo mismo. En consecuencia, se vota por "el mejor postor".

2. Aunado a la pobreza mental y material de nuestro pueblo, lo que funcionalmente permite que las personas literalmente vendan sus votos por una torta y un refresco es la legislación aplicable al proceso electoral. Más claro ni el agua: si existiera una absoluta prohibición de incluir articulos promocionales, dinero, despensas y demás "incentivos" durante las campañas, sería bastante difícil que las personas acudieran a votar a cambio de dichas baratijas, pues estaría penado por la ley. ¿Sencillo? Definitivamente no. Resulta que tendría que ser la clase política, autora de dichas campañas, quien tomara cartas en el asunto para legislar en contra de dichas prácticas. Pero seamos objetivos, ¿quién no tiene un amigo extranjero frente al cual sintió vergüenza absoluta al tenerle que explicar por qué los candidatos reparten cosas en sus campañas? ¿A qué viene esto? A que en la mayoría de los países que se jactan de tener una democracia, sería simplemente impensable que los aspirantes a puestos de elección popular hicieran tal circo. ¿Por qué en el nuestro es normal y totalmente aceptable? Porque nosotros lo permitimos.

Frente a estas dos consideraciones (que son solamente la punta del iceberg), yo me pregunto si realmente nuestra democracia se arreglará a través de conteos y reconteos. Claramente no; el problema de México es estructural. Es momento de que la ciudadanía tome en sus manos las riendas del país que queremos. Propongo que empecemos por hacer una revisión exhaustiva del marco jurídico aplicable al proceso electoral y que usemos los ímpetus de la juventud y todos los inconformes para darles seguimiento en el Congreso, para hacer presión todos los días hasta asegurarnos que el proceso que los ciudadanos usaremos para elegir a las personas que trabajan para nosotros, es precisamente el que queremos. ¿Quién se apunta? No, no hay frutsi de por medio.